La Guerra de Arauco: tres siglos de resistencia
Gracias a su resistencia
tenaz a los Incas (desde 1460), el pueblo mapuche ocupa a la llegada de los
españoles, los nuevos invasores, todavía un vasto territorio.
Este se extiende entre las actuales ciudades de Talca (Región VII)
y Valdivia (Región X), con la mayor densidad de población en
las regiones intermedias (Regiones VIII y IX). Al norte de este territorio,
en lo que hoy es el centro del país, se encuentran los
picunche,
o gente del Norte,
grupos mapuches sometidos al incanato y en un proceso de cambio cultural
muy acelerado. Fuera del territorio mapuche propiamente tal también
se ubican los
huilliche, o gente del
Sur, que
son grupos mapuches de la zona entre Valdivia y Llanquihue (Región
X); se les relaciona con los habitantes de Chiloé (véase figura
1).
La sociedad mapuche a mediados del
siglo dieciséis se encuentra en un estado de desarrollo preagrario:
se ha comenzado a sembrar ciertos productos (papa, porotos), y también
a criar ganados, pero otras actividades económicas, a saber la
recolección, la pesca y la caza, siguen teniendo gran importancia.
La abundancia de recursos recolectables en la naturaleza (p.ej. el
piñón, el principal alimento mapuche) permite la supervivencia
de una gran población, sin que sea necesario desarrollar una agricultura
propiamente tal. Se estima para el territorio mapuche de entonces una
población cercana al medio millón de habitantes.
Como la agricultura
y la ganadería se encuentran sólo en una fase inicial, los
mapuches no han llegado a constituir pueblos o comunidades productoras, aunque
ciertas áreas densamente pobladas sí poseen una población
sedentaria. El centro social y económico de la sociedad mapuche de
entonces está en la familia. Se trata de familias amplias, extensas
y muy complejas, en las que conviven todos los descendientes masculinos del
padre o jefe de familia. Cada familia tiene autonomía territorial
y vive separada de las otras, ocupando una sola ruca gigantesca (casa
tradicional mapuche) o una agrupación de rucas. Las distintas
familias independientes suelen hacer alianzas para colaborar en actividades
económicas, para hacer la guerra a otros grupos, etc. Para ellas se
elige un
toqui
como jefe y consejero.
Los
toqui
tienen poder temporal y limitado; todavía no hay dirigentes permanentes.
La sociedad mapuche de entonces es igualitaria, socialmente no diferenciada,
y también relativamente pacífica por la abundancia de recursos
naturales y las condiciones de vida favorables. La guerra con España
va a cambiar radicalmente a esta sociedad (Bengoa 1996ª: 13-28).
En búsqueda de oro, en 1550
se interna en el territorio mapuche (o la Araucanía) una expedición
española bajo el mando de Pedro de Valdivia. Ha comenzado la Guerra
de Arauco, que durará más de tres siglos. A pesar de la resistencia
mapuche, Valdivia avanza mucho y logra fundar fuertes y ciudades (Villarrica,
Valdivia, Osorno) al sur del río Bío-Bío. En 1554, sin
embargo, el invasor es derrotado gracias a Lautaro, un genial e ingenioso
guerrero mapuche. Valdivia muere entre las ruinas del fuerte Tucapel.
Siguen a Valdivia otros conquistadores, fundando y refundando ciudades y fuertes; además, abriendo minas y lavaderos de oro, donde mapuches sirven de mano de obra. Entretanto, pestes diezman a la población mapuche, que sin embargo se está fortaleciendo también, apropiándose del caballo, de armas y de técnicas militares españolas. Caupolicán y Pelantaru son los grandes toqui de esos tiempos. Pelantaru es el que sabe cambiar el curso de la guerra en 1598, destruyendo todas las ciudades al sur del Bío-Bío.
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Figura
11
El
territorio
mapuche. |
Después de ese triunfo militar
mapuche continúa la guerra, pero a mediados del siglo diecisiete,
por iniciativa de los jesuitas, se hace un primer intento de llegar a las
paces con los mapuches. En 1641, España reconoce la frontera en el
río Bío-Bío, y la independencia del territorio mapuche.
No obstante, sólo en el siglo XVIII es posible hablar de una frontera
relativamente respetada (Bengoa 1996ª: 28-36).
En los largos
períodos de paz que siguen, hay muchos contactos y un comercio activo
entre los mapuches y españoles, por lo que se va transformando
profundamente la sociedad mapuche. La economía prehispánica,
basada principalmente en la recolección, la caza y la pesca, se cambia
en poco tiempo en una economía ganadera, con una fuerte orientación
hacia el mercado. Animales traídos por los españoles
el caballo, la vaca, la oveja reemplazan los ganados nativos. La
agricultura se está desarrollando también bajo la influencia
externa, pero está dirigida al autoconsumo y no es comercial. El
territorio ocupado por los mapuches se ha extendido considerablemente durante
la guerra, e incluye a las pampas argentinas también. Los
pehuenche, habitantes de la cordillera,
son mapuchizados y juegan un papel importante, tanto en la expansión
territorial como en el comercio transandino después. Productos valorados
del lado argentino son la sal y los animales; se los cambia por aguardiente
por ejemplo, obtenido de los españoles.
Aparte de cambios
en el campo económico, la guerra y el comercio han provocado cambios
en la organización social y política. En la sociedad igualitaria
de antes, se están produciendo relaciones de subordinación;
empieza a perfilarse una separación entre loncos (caciques),
que poseen cierto dominio sobre un territorio, y trabajadores. Las
múltiples relaciones fronterizas requieren dirigentes estables con
la capacidad de negociar y parlamentar, y así ocurre que ciertos
loncos
adquieren
importancia especial, siendo elegidos con frecuencia como representantes
de la población mapuche. Estos loncos principales y
después de ellos sus hijos , encabezan grandes agrupaciones
mapuches de distintas familias interrelacionadas, y poseen alianzas matrimoniales
con otras; así dominan amplios territorios. Al comenzar el siglo XIX,
a 250 años de llegados los españoles, la sociedad mapuche tiene
una estructura social compleja y el poder político está concentrado
en las manos de unos 15 a 20 caciques importantes (Bengoa 1996ª: 41-68).
Fuera de las alianzas mencionadas,
la lucha por el poder en la sociedad mapuche lleva a conflictos y guerras
entre los distintos cacicazgos. La división interna se hace clara
sobre todo en la época de la Independencia de Chile (1810), cuando
las agrupaciones mapuches todas tienen su propia política definida,
políticas que resultan conflictivas. Después de haber llegado
a una relativa paz con los españoles, los mapuches ven en la
constitución de un gobierno central chileno una nueva amenaza de
ocupación de su territorio. Con esta perspectiva, ciertas agrupaciones
apoyan a los independentistas con el fin de lograr una futura integración
en las condiciones más favorables posibles. La mayoría de las
agrupaciones, sin embargo, participa en las guerras al lado del bando
español, en un intento de mantener el statu quo. La sociedad mapuche
del siglo XIX queda dividida claramente y no forma un bloque contra el enemigo
como en los tiempos coloniales; esto hace más débil su resistencia.
Después de
las guerras de Independencia y la consolidación del Estado, los chilenos
centran su atención en la Araucanía, cuando la expansión
de la agricultura chilena hace necesaria una ampliación de las tierras
de cultivo. En primera instancia hay solamente una colonización
espontánea del territorio mapuche, sin intervención estatal,
pero la presencia de los colonos particulares lleva a altas tensiones y a
diversos alzamientos mapuches, los cuales son motivo directo para que las
autoridades se hagan cargo de todo el proceso.
En la ley de 1866 el Estado se declara único comprador
(léase: propietario) de todas las tierras de la
Araucanía.
El plan de ocupación consiste en pacificar primeramente el territorio,
estableciendo líneas fortificadas y reduciendo a los mapuches a
reservaciones, para luego repartir las tierras más fertiles en forma
ordenada entre los colonos. Los mapuches, que ven la inminencia de la
ocupación militar, se preparan para el enfrentamiento y toman posiciones
de nuevo (Bengoa 1996ª: 135-203).
Lo que es llamado
la pacificación de la Araucanía es en la
práctica, al menos en los primeros años (1869-70), una guerra
de exterminio que abarca a toda la población
mapuche. En un intento de minar la
economía ganadera mapuche y de someter al pueblo, el ejército
chileno recorre durante esos años el territorio mapuche quemando
rucas y sementeras, matando y capturando a mujeres y niños,
robando y arreando el ganado. Por la resistencia mapuche la guerra se estabiliza,
pero la violencia ha tenido su impacto en la sociedad: muchas familias son
expulsadas de sus tierras, se han perdido muchos ganados, hay hambre y se
agudizan las rivalidades internas (Bengoa 1996ª: 205-248).
En los años setenta, la
ocupación militar de la Araucanía se realiza lentamente y sin
mucha violencia. Mientras los chilenos construyen fuertes, fundan pueblos
y empiezan con el reparto de las tierras, la población mapuche está
recobrando las fuerzas. Se desarrollan nuevamente la ganadería y la
agricultura, y también se reanuda el comercio en la región.
Al comienzo de la década de los ochenta, sin embargo, el gobierno
de Chile decide acelarar el proceso y proceder a una rápida y definitiva
conquista de todo el territorio. Han dado motivo a esta decisión la
presión que existe por comprar tierras indígenas, la nueva
inquietud en el sur a consecuencia de la ausencia militar durante la guerra
del Pacífico (1879-81), y la necesidad de fijar fronteras con Argentina.
Lo que viene después es la fase decisiva de la guerra de Arauco. En un último intento desesperado de expulsar a los chilenos de su territorio y de reconquistar su independencia, se unen en 1881 por primera vez prácticamente todas las agrupaciones mapuches en una gran insurrección. Fracasadas las otras estrategias de neutralidad, de negociación y de alianza con los chilenos, les ha quedado sólo la lucha a vida o muerte. Es un combate desigual; la superioridad del ejército chileno profesional, disciplinado y equipado de armamentos modernos es evidente desde el principio. Con la refundación por los chilenos de la ciudad de Villarrica, destruida en 1598 por Pelantaru y desde entonces símbolo de la resistencia mapuche, se abre en 1883 una nueva etapa de la historia de este pueblo (Bengoa 1996ª: 249-325).
Los mapuches en el siglo XX
La derrota de 1881
pone fin a la autonomía del pueblo mapuche
y marca el comienzo de su inserción en la sociedad
chilena. En 1884 está puesto en marcha el
proceso de
radicación,
ya planificado en 1866, que significa la realización de reservas
indígenas, las llamadas
reducciones.
En las décadas subsiguientes,
grupos mapuches son
radicados en terrenos
de una extensión limitada, de los cuales pasan a ser dueños
legales mediante un título de merced; de 1884 a 1919 son
concedidos 3.078 títulos, que corresponden a un número igual
de reducciones. El
pueblo mapuche pierde los derechos sobre el resto 90 por ciento
de su antiguo territorio, destinado a la colonización y la expansión
del latifundio
(Bengoa 1996ª:
336, 356; Cantoni 1978: 230-234).
En las reducciones así fundadas
no se mantienen los grupos sociales ni la estructura de poder existentes
en los tiempos pre-reduccionales. Las grandes agrupaciones mapuches son
subdivididas en un gran número de comunidades reduccionales, lo que
tiene como consecuencia que el poder de los caciques principales se
descentraliza, pasando a manos de los caciques locales (jefes
de las comunidades), que son los poseedores formales de los títulos
de merced y los responsables del reparto de las tierras recibidas entre las
familias que forman parte de la reducción (Bengoa 1996ª: 330,
341-345).
Por las medidas de
radicación, la sociedad mapuche sufre cambios profundos también
en otros aspectos, particularmente el económico.
Encerrados en sus reducciones
y despojados de los amplios territorios de pastoreo, los mapuches se ven
obligados a cambiar su modo de vida y sistema de
producción. Los ganaderos de antaño se
transforman en campesinos, practicando ahora de manera mucho más intensiva
la agricultura. Esto sin suficiente preparación y con falta del
conocimiento y de la tecnología necesarios para cultivar las tierras
limitadas de manera sostenible. En el período posterior a la
radicación, a consecuencia de un proceso de minifundización
causado por
enajenaciones y
usurpaciones
de tierras mapuches,
y por un rápido crecimiento de la población mapuche, continúa
deteriorándose la relación hombre-tierra: el promedio de
hectáreas por persona, que era de 6,1 durante el período de
radicación, a fines de los setenta fluctúa entre 0,9 y 1,4
(Cantoni 1978: 275). Esta enorme pérdida en cantidad va acompañada
de una pérdida en calidad; fuertes presiones sobre la tierra han llevado
a la intensificación del uso de los suelos y el deterioro consecuente
de su fertilidad y productividad (Bengoa 1996ª: 366, 372-377; Cantoni
1978: 270-277).
Debido a la escasez de tierras aptas
para el cultivo o el pastoreo, y de animales de trabajo, implementos, etc.,
los niveles de producción en las comunidades mapuches son bajos.
También en comunidades donde la principal fuente de ingresos no proviene
de actividades agropecuarias sino de otras actividades económicas
como la recolección o la artesanía, la producción total
es sumamente baja. La economía mapuche postreduccional es una
economía de subsistencia, en el sentido de que no genera un excedente
capaz de producir su desarrollo. Una creciente cantidad de familias se encuentra
en un proceso de desahorro y endeudamiento (Cantoni 1978: 262-266).
El deterioro progresivo durante
el presente siglo de la situación económica mapuche se expresa
no sólo en los bajos niveles de vida, sino también en la
proletarización. Mediante la venta de mano de obra, el mapuche hace
un intento de aumentar sus ingresos y de mejorar las condiciones de vida.
El trabajo asalariado fuera de las comunidades mayormente en los
latifundios se hace en forma permanente o se alterna con trabajo por
cuenta propia (Cantoni 1978: 282-284).
Pese al avance del empobrecimiento
del pueblo mapuche, las autoridades chilenas toman pocas medidas directas
para detener este proceso; a los mapuches, por ejemplo, nunca se les ha concedido
un papel significativo en el desarrollo de la agricultura en el sur. Es un
hecho que se deja explicar por la política de integración que
busca una rápida asimilación del mapuche a la sociedad chilena,
lo que debe realizarse mediante la absorción de la mano de obra mapuche
y de sus tierras en el sistema de la gran propiedad latifundista. En la
práctica, dice Cantoni, esto significaría la transformación
de los mapuches en chilenos y la desaparición de la etnia mapuche
como raza y cultura diferenciadas (Bengoa 1996ª: 329-330; Cantoni 1978:
229, 235-236).
Cantoni cree que
en realidad la segregación de los mapuches en reducciones fue sólo
una solución provisional del problema indígena.
La concesión de los títulos de merced, que les garantizó
a los mapuches el mantenimiento legal de al menos una parte de su territorio,
fue, según él, una medida táctica con la intención
de quebrantar la resistencia del pueblo mapuche a la ocupación de
su territorio (1978: 231, 271).
La preocupación real
del Estado, dice Cantoni, siempre ha sido la extinción de la propiedad
específicamente indígena, lo que se concretiza en la meta central
de la división de las comunidades (1978: 234).
La política
de división se la justifica con la regresión económica
del mapuche, atribuyendo los problemas a la tenencia colectiva de la tierra;
el estímulo necesario para el desarrollo de la economía mapuche
sería la propiedad particular, que hace posible la libre circulación
comercial de las tierras (Cantoni 1978: 236; Bengoa 1992: 238).
Cantoni hace observar que la
división de las comunidades es una solución del problema
económico mapuche desde el solo punto de vista de los intereses de
los terratenientes, dado que significaría una concentración
de las tierras agrícolas principalmente en manos de ellos (1978: 237).
Se ha tratado de efectuar la división de las comunidades mapuches
por medio de diversas leyes y decretos a partir de 1927, pero el mapuche
se resiste firmemente a dividir sus comunidades legalmente constituidas,
puesto que son la última protección para sus tierras y su cultura.
A pesar de las presiones persistentes para lograr la división, el
mapuche logra conservar mayoritariamente sus comunidades indivisas a lo largo
de medio siglo (Cantoni 1978: 237-253). Una considerable cantidad de comunidades,
sin embargo, fueron divididas compulsivamente durante el gobierno militar:
por lo menos 2.000 en el período de 1979 a 1990. El decreto ley de
1979 había establecido que no existían ni tierras indígenas
ni propietarios indígenas, porque sólo había chilenos.
Por esa igualdad formal, los mapuches se vieron privados de toda forma de
protección legal (Bengoa 1992: 242-243).
Después de la dictadura,
la situación parece ir cambiando positivamente para los mapuches.
En la Nueva Ley Indígena, aprobada en 1993, el Estado dice reconocer
no sólo el pueblo mapuche como etnia indígena de Chile, sino
también la tierra como el fundamento principal de su existencia
y cultura. Sobre los deberes del Estado y de la sociedad chilena para
con los indígenas dice Título 1, Párrafo 1º de
la ley: Es deber de la sociedad en general y del Estado en particular,
a través de sus instituciones respetar, proteger y promover el desarrollo
de los indígenas, sus culturas, familias y comunidades, adoptando
las medidas adecuadas para tales fines y proteger las tierras indígenas,
velar por su adecuada explotación, por su equilibrio ecológico
y propender a su ampliación. Son palabras prometedoras que dan
la esperanza de que la solución del problema indígena
no siga consistiendo en la destrucción o la negación.
Como ya se ha dicho, la incapacidad
de la agricultura y de la tierra mapuche para sostener una población
creciente, ha tenido como consecuencia el empobrecimiento y la
proletarización de parte importante del campesinado mapuche. El deterioro
de la situación económica del mapuche, sin embargo, ha tenido
otro efecto importante: la migración hacia las ciudades.
Se registra una constante y
sistemática migración a partir de la década de los 30,
los primeros migrantes siendo los que quedaron sin tierra después
de la radicación (Ancán 1994: 8). Junto a la carencia de tierra
en las comunidades mapuches obviamente el factor clave en el proceso
migratorio y las divisiones, han tenido gran impacto los cambios en
la economía regional: las modernizaciones y reconversiones
del trigo a la ganadería en los latifundios, realizadas en
las últimas décadas, han significado menos trabajo temporal
en la región y una subsiguiente intensificación de la
migración mapuche (Haughney y Marimán 1993: 4).
Son particularmente las generaciones
jóvenes las que se dirigen a las ciudades, en la esperanza de que
la nueva situación les ofrezca mejores oportunidades de desarrollo.
Pero por el bajo nivel de escolaridad, el alto grado de analfabetismo y
además una discriminación racial continua, la gran mayoría
de los migrantes, según Cantoni, se incorporan a los estratos más
bajos del proletariado urbano, es decir, a los de menores ingresos, de niveles
de vida más bajos y de menor estabilidad en el empleo. Las mujeres
casi siempre trabajan como empleadas domésticas; los hombres trabajan
como panadero, jardinero, obrero industrial, etc. (Cantoni 1978: 258-259;
Montecino 1990: 30; Ancán 1994: 9).
Durante mucho tiempo, la migración
mapuche ha sido estable, en el sentido de que los migrantes mapuches se
establecían permanentemente en la ciudad muchas veces en comunas
o barrios mapuches y decidían formar una familia en este nuevo
contexto. Pero investigadores del proceso migratorio mapuche han observado
que la migración se caracteriza cada vez más por la temporalidad
(Montecino 1990; Bengoa 1996b). Indudablemente, la infraestructura moderna,
por facilitar el ir y venir, ha contribuido mucho a esta tendencia. En lo
que respecta a la migración femenina, la decisión de muchas
mujeres mapuches de trabajar temporalmente en la ciudad se deja explicar,
según Montecino, por la subvaloración del trabajo doméstico
puertas adentro y una creciente conciencia crítica en
la mujer. Montecino cree que, en general, la migración del campo a
la ciudad se ha detenido en los últimos años, debido a una
caída del empleo urbano (1990: 32-33). Bengoa no hace mención
de esto en su artículo de fecha reciente, pero sí señala
que un número creciente de hombres mapuches encuentran trabajo temporal
en las modernas faenas forestales de la región, un hecho que tendrá
una influencia moderadora en la migración masculina (1996b: 19-20).
No obstante,
el movimiento migratorio ha tenido como resultado que actualmente
la mayor parte de la población mapuche reside en las
ciudades. El Censo
Nacional de 1992 muestra que el 44% de los mapuches de 14 años y más
vive en la Región Metropolitana (Santiago y sus alrededores); si se
incluye otras áreas urbanas como Concepción, Temuco,
Valparaíso, Valdivia y Osorno, el porcentaje de los mapuches residentes
en la ciudad alcanza el 58,75% (Haughney y Marimán 1993: 14).
A base de los datos censales de 1992, Haughney y Marimán estiman la población mapuche total en 1,28 millón (1993: 13) la población de Chile es de ca.13 millones de habitantes , lo que significaría una población mapuche urbana de más de 750.000. Estimaciones anteriores, de tanto la población mapuche total como la población mapuche urbana, dan cifras mucho más bajas. Según Haughney y Marimán, la considerable diferencia está causada por una consecuente subestimación de la importancia del sector urbano de los mapuches; anteriormente, los datos de población mapuche estaban basados casi exclusivamente en estudios o estimaciones sobre la población en reducciones o comunidades. Esto, creen los investigadores, debido a una visión estática de la etnia mapuche, que suele encasillar al pueblo subordinado en un momento histórico del pasado: la época de la derrota y que, por consecuencia, niega procesos de desarrollo y de adaptación (1993: 7-10). La realidad es que el éxodo rural ya se inició hace décadas, y que por la dispersión geográfica los mapuches en la actualidad son una minoría en su propio territorio (1993: 3, 14).
Se puede, sin embargo, cuestionar
también el método de trabajo utilizado en el censo que se
efectuó en 1992. La cuantificación de la población mapuche
se basó por completo en una pregunta de autoidentificación
étnica, un hecho que hace reflexionar sobre la objetividad del estudio
y el significado de los resultados (Haughney y Marimán 1993: 10-13;
Valdés 1996: 43-44). Es probable que la variabilidad de las estimaciones
sobre la población mapuche se deje explicar parcialmente por
supuesto aparte de cambios demográficos por los criterios empleados
para constatar la pertenencia de una persona a la etnia mapuche, dado que
éstos determinan en gran medida los resultados de tal
estudio.
El mapudungun.
La incorporación de la sociedad
mapuche a la sociedad nacional chilena ha ido acompañada de grandes
cambios en el campo lingüístico. Por una política prolongada
de integración y castellanización, la lengua nativa mapuche,
el mapudungun, ha sido reemplazada en gran parte por la lengua oficial
de Chile. Como resultado, la situación lingüística mapuche
de hoy se caracteriza por un bilingüismo de mapudungun y castellano.
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Figura 44 Manifestaciones de los
estratos internos y externos de la cultura mapuche (Croese 1983:
29). |
Diversos estudios han demostrado
que el uso de una u otra lengua está condicionado por el entorno social.
Así, el mapudungun resulta estar ligado estrechamente al ambiente
rural de las reducciones y comunidades; es una lengua usada entre personas
mapuches en relación a temas de la cultura tradicional. El castellano
prevalece sobre el mapudungun fuera del área mapuche, al igual
que en conversaciones sobre temas no específicamente mapuches, sobre
todo cuando entre los implicados se encuentran no mapuches (Croese 1983;
Fernández de la Reguera y Hernández 1984; Hernández
y Ramos 1983).
Esta situación
lingüística del mapudungun está bien visualizada
por Croese (ver figura 4), que divide la cultura mapuche y el correspondiente
sistema de valores en dos partes: el estrato interno que representa los valores
tradicionales de la micro-cultura mapuche, y el estrato externo que representa
el sistema de valores nuevos compartidos con la macro-cultura de la sociedad
chilena. El estrato interno, el corazón de la cultura
mapuche, con valores bastante resistentes al cambio, es el dominio
del mapudungun. La lengua suele ser manejada en relación con
las facetas de la cultura autóctona aquí comentadas, como por
ejemplo la religión. La lengua nativa mapuche tiene menos importancia
en el estrato externo, fuera del ambiente familiar del mapuche; en estos
puntos de contacto con la cultura global al mapuche le conviene más
hablar el castellano (1983: 28-29).
Así que cada persona usa
su lengua materna o la lengua española de acuerdo a sus necesidades.
Cuanto más se incorpora el mapuche a la sociedad mayoritaria, más
gana terreno el castellano. Como consecuencia de esta relación entre
lenguaje y ambiente sociocultural, la vigencia de la lengua mapuche no es
la misma en todas las generaciones (véase figura 5). Los hablantes
más activos son los abuelos y los niños de edad pre-escolar,
mientras que las generaciones intermedias, los adultos y los jóvenes
de edad escolar, tienden al uso del español. Llama la atención
que las mujeres tienden a mantener el uso del mapudungun más
que los hombres (Croese 1983: 24).
No obstante, en las comunidades
mapuches se ha observado un alto grado de bilingüismo. Aunque en casi
todas la comunidades hay personas que son monolingües en una de las
dos lenguas, la mayoría de los mapuches son bilingües en mayor
o menor medida (Croese 1983: 26 ). Muchos mapuches hablan un castellano con
características que lo hacen muy distinto del castellano chileno;
es una lengua mixta, un castellano mapuchizado (Salas 1983; Hernández
y Ramos 1983).
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Figura 55 Vigencia de la lengua
mapuche según generaciones en el área mapuche (Croese 1983:
24). |
Si el sistema educacional debe adaptarse
a esta situación lingüística o no, es objeto de
discusión. A resultas de la política de asimilación
y castellanización, la educación formal en todo Chile se imparte
en castellano. Una situación indeseable en zonas rurales con alta
matrícula de escolares indígenas, creen partidarios de la
educación intercultural bilingüe. Opinan que los escolares mapuches,
que generalmente acuden a la escuela siendo monolingües o manejando
un castellano muy precario, se beneficiarán de una metodología
adaptada a su particular situación sociolingüística;
además, que la educación intercultural bilingüe y el
reconocimiento oficial de la lengua nativa mapuche, contribuirán a
la igualdad y a la participación social de los mapuches y ayudarán
a conservar su identidad (Williamson 1995; Brown 1995; Gaete 1995: 54).
Entretanto, el estado ha dado los primeros pasos en la dirección de
un programa de educación intercultural bilingüe. El tema está
insertado en la Ley Indígena (Ley Nº19.253, artículo 32)
y se hace mención de la constitución de un grupo de trabajo
para la elaboración del programa (Williamson 1995: 113).
Hay otros que son de la opinión
de que la enseñanza en castellano no necesariamente es perjudicial
a los mapuches, estando, según ellos, conforme a la realidad social
caracterizada por una integración avanzada y a los deseos de la
población mapuche (Salas 1983; Hernández y Ramos 1983). Fundan
su opinión en la actitud de los mapuches frente a la lengua nacional.
La investigación de esta
cuestión ha demostrado que muchos mapuches tienen una actitud positiva
con respecto del castellano. Se dan cuenta de que el aprendizaje de esta
lengua les es indispensable para poder participar en la sociedad mayoritaria.
Para muchos el castellano es la lengua del progreso y saber hablarlo es asociado
con una mejor posición. La mayoría de los padres manifiesta
el deseo de que sus hijos sean educados en esta lengua, a pesar de las
dificultades que puedan tener con el método usado en la escuela
(Hernández y Ramos 1983: 44; Croese 1983: 27; Fernández de
la Reguera y Hernández 1984).
El bilingüismo y el cambio del lenguaje hacia el castellano, han dado lugar a especulaciones sobre el futuro del mapudungun. Aunque hay optimistas (Croese 1983: 29; Fernández de la Reguera y Hernández 1984: 44), muchos creen que el mapudungun, por su nivel muy bajo de prestigio social, es una lengua en peligro (Salas 1987; Brown 1995: 63). Esta lengua, que todavía tiene gran vitalidad en la zona rural, en la ciudad claramente ha sido relegada a un segundo plano. Sin embargo, parecen ser sobre todo los mapuches residentes en este último medio social los que se preocupan por la supervivencia de la lengua. Muy conscientes del desmantelamiento, demuestran una lealtad lingüística que, según Salas, ha tomado el carácter de autoafirmación agresiva (1983: 61). Salas, que como lingüista ha estudiado profundamente el tema de la lengua mapuche nativa, cree que es realista pensar en una eventual desaparición del mapudungun, dado que cada vez más mapuches optan por la vida moderna occidental. Está convencido de la existencia de una dependencia recíproca entre la lengua y cultura mapuches, lo que expresa de la siguiente manera: [P]ara poder vivir como mapuche hay que hablar mapuche, y para poder hablar mapuche hay que vivir como mapuche (1987: 34).
La identidad
mapuche
En las secciones anteriores he tratado
la historia, la situación socioeconómica y diversos aspectos
de la cultura mapuche. Pero, ¿qué significa ser
mapuche?, ¿cómo se sienten los mapuches? y ¿cómo
actúan en la sociedad chilena? Tales importantes preguntas constituyen
el foco de atención en la presente sección.
En el marco de una sociedad
mayoritaria que incluye sociedades minoritarias, y donde el contacto
interétnico ha sido conflictivo en alguno o en todos sus planos, cabe
suponer que el contacto interétnico sea estereotipado por ambos lados
y las relaciones interétnicas desiguales (Durán 1984:
25).
De la historia del pueblo mapuche
descrita al comienzo de este capítulo, se puede concluir que las
relaciones entre la sociedad mapuche y la sociedad nacional chilena se han
caracterizado, y siguen caracterizándose, por conflictos. En base
a la proposición de Durán, entonces, es de esperar que en el
contacto interétnico chileno-mapuche los prejuicios y estereotipos
sean un elemento relevante.
Que una cultura que domina tiende
a descalificar a la cultura dominada, queda ya de manifiesto en los tiempos
coloniales, cuando los españoles civilizados expresan
su enorme desprecio por los indígenas araucanos al denominarlos
bárbaros o salvajes. La oposición entre civilización
y barbarie o entre modernidad y cultura indígena, se mantiene hasta
hoy, al igual que las valoraciones negativas del mapuche originadas por ella,
aunque los estereotipos primitivos de bárbaro y salvaje han sido
reemplazados por otros. Al mapuche contemporáneo se le adscriben
estereotipos y características como: borracho, ladrón, indio
sucio, poco inteligente, flojo, lento, cerrado, huraño, taimado, etc.
(Parker 1995: 101-105; Bengoa 1996ª: 22-23,
148; Cantoni 1978: 307; Saiz 1988: 113-114).
Como pueblo dominado, los mapuches,
a su vez, han desarrollado sus propios prejuicios negativos hacia la cultura
dominante. Suelen usar el término huinca para los chilenos
(o los españoles en el pasado) y los extranjeros, para todo lo malo,
y todo lo que no es mapuche en general (Cantoni 1978: 307; Bengoa 1996ª:
377).
Los prejuicios hacia tanto la
minoría como la mayoría interfieren en el contacto
interétnico; mantienen la distancia social y producen conductas
discriminatorias hacia el mapuche (Saiz 1988: 114). Llama la atención,
sin embargo, que los límites étnicos entre mapuches y chilenos
son enfatizados o desdibujados según las circunstancias (Briones de
Lanata 1992: 260-261). Esto, a veces, produce extrañas contradicciones:
con frecuencia se menciona el hecho que a los héroes mapuches, que
lucharon contra la dominación colonial española del mismo modo
que los chilenos lo hicieron posteriormente, se les toma como símbolo
del primer chileno y de la nación, mientras que al mismo tiempo se
desprecia a sus descendientes. La idealización del indómito
araucano se advierte en los nombres dados a calles, fragatas y organizaciones.
La ambivalente actitud chilena la describe Triviños acertadamente
como esquizofrenia cultural (1992: 76).
Las contradicciones en las relaciones
con el mapuche se han dejado ver una y otra vez. Según la teoría,
cree Cantoni, en Chile no existía el problema del mapuche como
minoría nacional, no existía el problema de la participación
del mapuche en la sociedad chilena, ni el problema de su integración.
Había una supuesta homogeneidad racial y todo pasaba como si el mapuche
estuviese culturalmente asimilado. Sus problemas se reducían a problemas
económicos, a los problemas generales de la marginalidad campesina.
La práctica discriminatoria contra el mapuche, dice Cantoni, oficialmente
no existía (1978: 304-307).
La ilusión de la ausencia
de discriminación racial y, por consiguiente, de la existencia de
igualdad de oportunidades para todos, ha llevado a la idea de que la baja
posición social ocupada por el mapuche no sea fruto de relaciones
étnicas desiguales, sino resultado de las capacidades y esfuerzos
limitados del grupo étnico mismo (Briones de Lanata 1992: 258-259).
Dicha idea que los mapuches
tendrían poca capacidad para desarrollarse, está estrechamente
relacionada con la imagen estereotipada que durante mucho tiempo ha existido
de la etnia mapuche. Según ésta, ser mapuche
equivaldría a vivir en las reducciones del campo sureño, hablar
el mapudungun y celebrar ceremonias como el machitún
y el nguillatún. Como ya se ha visto anteriormente, incluso
en los censos oficiales se partía de tales rasgos
típicos para definir a la etnia mapuche. Consecuencia
de ello era una sistemática subestimación de la población
mapuche urbana. De la visión estereotipada respecto al mapuche ha
resultado la opinión que cambios en los rasgos considerados como propios
del mapuche significarían el fin de la etnicidad. Así que
dejaría de ser mapuche el que va a vivir en la ciudad, aprende a trabajar
con ordenador o se viste de polera, jeans y nikes. Paradójicamente,
en el caso de los chilenos la modernización no afectaría
a su continuidad étnica; ellos siguen siendo chilenos, a pesar de
cualquier cambio (Martínez 1995: 30, 35; Briones de Lanata 1992: 259;
Haughney y Marimán 1993: 7-9).
Es esencial reconocer el dinamismo
cultural de las etnias. Ninguna etnia o pueblo en el mundo ha quedado petrificado
en el tiempo. Estas palabras de Haughney y Marimán (1993: 10)
reflejan muy bien la visión compartida por muchos, que la cultura
mapuche no es estática, ni ahistórica, sino dinámica
y en reelaboración permanentemente. El dinamismo se aprecia tanto
en la re-creación y re-interpretación de las tradiciones
ancestrales, como en la apropiación de elementos culturales ajenos.
La emergencia de la población urbana demuestra claramente la vitalidad
de la sociedad mapuche y el poder de esta etnia de reformular y renovar su
identidad y cultura, dice Martínez (1995: 29).
Diversos investigadores han estudiado
las transformaciones que, en el tiempo, han experimentado la identidad y
cultura mapuches. El contacto histórico interétnico entre la
sociedad mapuche y la chilena constituye el trasfondo para el estudio, porque,
según dice Durán, la historia del contacto entre estas
dos sociedades es una historia de diferenciación étnica
(1986: 698). Durán define y describe las formas de identidad mapuche
de acuerdo a la actitud que los mapuches han adoptado con respecto a la sociedad
global en distintos períodos históricos. Se trata de un proceso
de identificación y autoidentificación, o, usando las palabras
de Cámara, de un proceso de concientización respecto al qué
es y cómo es uno mismo, y qué son y cómo son los demás
(1986: 599).
Las formas o fases de la identidad
mapuche delineadas por Durán (1986), vuelven de forma global en los
estudios de Cantoni (1978: 325-331) y Bengoa (1996ª; 1996b). Los tres
están de acuerdo en que la segregación de los mapuches en las
reducciones provocó importantes modificaciones en el comportamiento
mapuche. En la historia de la identidad mapuche, entonces, se pueden distinguir
dos períodos principales: el pre y el postreduccional.
El primer período se caracteriza
por la resistencia a los invasores: incas, españoles y chilenos
sucesivamente. La resistencia bélica es la forma extrema en que se
manifiesta la identidad indígena mapuche, opina Durán (1986:
700); es una muestra unívoca de que los mapuches se autorreconocen
como grupo, un grupo que aspira a permanecer independiente. La actitud inicial
de rechazo absoluto al invasor va cambiando cuando, en una situación
de relativa paz con los españoles, se desarrolla un comercio activo
entre las dos sociedades y aumentan los contactos fronterizos. Los numerosos
y cotidianos contactos les permiten a los mapuches adoptar elementos culturales
extranjeros. Al mismo tiempo, hay un extenso mestizaje. La flexibilidad ante
la influencia externa es una de las características más importantes
de la sociedad mapuche del siglo XIX, cree Bengoa (1996ª: 111, 154).
En el siglo XX, después de
la derrota y la radicación, la sociedad mapuche, antes abierta al
contacto, se transforma rápidamente en una sociedad fuertemente
conservadora y endogámica. Cuando existe independencia
política total, explica Bengoa,una sociedad puede oponerse
abiertamente al cambio cultural. No teme desaparecer. Cuando, en cambio,
una sociedad está sometida, depende política, territorial,
económicamente de otra que la oprime; se transforma en una sociedad
conservadora, cierra filas en torno a su cultura tradicional y se aferra
a ella con todas sus fuerzas (1996ª: 155). Surge así una
cultura de resistencia: la cultura como último mecanismo de defensa;
los mapuches ven en la mantención de las costumbres, las tradiciones,
la religión y la lengua, su sobrevivencia como pueblo. Bengoa y Cantoni
opinan que el sistema de las reducciones ha facilitado la conservación
de una cultura mapuche distinta, diferenciada de la cultura dominante. La
comunidad reduccional, dice Bengoa, se ha transformado en el espacio social
y terrritorial de la cultura, en el espacio de reproducción
cultural (1996ª: 370-371).
Mientras que en las reducciones
la identidad mapuche es vivida intensamente, fuera de éstas empieza
a manifestarse claramente, ya en las primeras décadas de este siglo,
una actitud de rechazo de la misma identidad. La negación, total o
parcial, de los orígenes está vinculada a la integración
generalmente poco exitosa del mapuche en la vida social chilena; muchos de
los mapuches que, en busca de trabajo, emigraron desde sus reducciones a
las distintas ciudades del país, se vieron enfrentados con una
discriminación racial persistente. El deseo de integrarse y de mejorar
su posición social les lleva a los mapuches que viven en contextos
chilenos a ocultar su condición de indígena. En el más
extremo de los casos, se rompe completamente con la vida anterior; se elimina
todo rasgo del ser mapuche el apellido incluso en un intento
de blanquearse, de ser considerado como si fuera chileno. La
internalización de los estereotipos manejados por los chilenos es
vista como un factor determinante en la adopción de esta actitud
integracionista, ya que resulta en una autopercepción negativa y una
menor autoidentificación como mapuche (Durán 1986: 708-709;
Cantoni 1978: 328; Parker 1995: 119).
Hay un proceso de reelaboración
de la identidad mapuche a partir de la segunda mitad del presente siglo,
dice Durán (1986: 709). Es en el ámbito urbano donde se manifiesta
con mayor claridad esta nueva forma de identidad mapuche, ya que son
especialmente los mapuches urbanos, ya aculturados, que despliegan el deseo
de recuperar sus raíces. Cantoni piensa que aquí se trata de
una identificación por reacción con la identidad mapuche: la
percepción de la discriminación como fenómeno que permanece
a pesar de la culturalización como chileno, tiende a provocar tal
conducta en el mapuche, dice él. En la opinión de Cantoni,
la reetnificación es sobre todo una actitud defensiva. Dice que se
ha desarrollado una cultura de resistencia específicamente urbana;
una que, en contra de lo que era de esperar, no se sustenta en la cultura
mapuche originaria todavía presente en el campo, sino en la
autoidentificación con, lo que llama, la identidad
histórico-grupal y con los valores que ella presenta (1978:
328-329). En otras palabras, para reafirmar su ser mapuche, los mapuches
refieren a un pasado lejano, un tiempo en que existía todavía
una fuerte identidad étnica colectiva. Martínez hace en este
contexto la interesante observación que poco importa si las
referencias a un pasado o a una cultura en particular se refieren a
verdades medibles o demostrables, o incluso, si la propia
práctica se corresponde con ese pasado y cultura, pues toda
afirmación se valida en la medida que reafirma la cohesión
y singularidad del grupo (1995: 38). A esas verdades
históricas pertenecen, por ejemplo, los actos heroicos de valientes
guerreros mapuches como Lautaro y Caupolicán. Bengoa dice dudar de
la autenticidad de las historias heroicas están en la frontera
entre la historia y el mito, opina él , pero para los mapuches
constituyen una fuerza movilizadora que da identidad y dignidad (1996ª:
11-12).
Las distintas formas de identidad
mapuche vividas y expresadas a través de la historia pueden manifestarse
de un modo simultáneo en la sociedad contemporánea, según
Durán. Las tendencias históricas se reflejan en la actitud
adoptada por los mapuches en la actualidad; ésta se encuentra entre
dos extremos, a saber la integración absoluta y la reetnificación.
Si el mapuche se orienta hacia la sociedad chilena o hacia la propia, depende
de factores como conciencia étnica, edad y posición social,
creen Durán y Cantoni. Briones de Lanata señala que, en la
práctica diaria, el comportamiento de una persona puede variar de
acuerdo con las circunstancias y el contexto (mapuche o no mapuche). Así
puede ocurrir que una misma persona despliegue conductas en apariencia
contradictorias (Durán 1986: 716; Cantoni 1978: 313-323; Briones de
Lanata 1992: 261).
Las distintas identidades mapuches
encuentran su expresión también en las organizaciones mapuches
del presente siglo, las que han asumido una variedad de estrategias para
enfrentar la crisis cultural y social que vive la sociedad mapuche. Tres
organizaciones o movimientos se destacan; sigue una breve descripción
de ellos.
La Sociedad Caupolicán
(1910-1938) es la primera organización mapuche del período
postreduccional. Esta sociedad representa la expresión de un
integracionismo moderado. Sus fundadores, un grupo de mapuches relativamente
educados, creían que era necesaria la integración, pero se
oponían a una asimilación pura y simple a la sociedad chilena;
veían la posibilidad de lograr, a través de la educación,
un proceso equilibrado de integración, que quiere decir en igualdad
de condiciones y con mantenimiento de lo específico mapuche. La Sociedad
recibió mucho apoyo del Partido Demócrata, y miembros de ella
participaron directamente en la política nacional, representando y
defendiendo los intereses de los mapuches (Bengoa 1996ª: 387-389).
Frente al integracionismo de la Sociedad Caupolicán se encuentra, en la misma época, el tradicionalismo del movimiento indigenista de Panguilef. Ese movimiento tiene sus orígenes en 1916 cuando, en protesta contra la forma en que se realiza la radicación, Panguilef empieza a convocar a los mapuches en reuniones y congresos, donde predica la defensa de la raza, de las tierras, de la lengua, y de las tradiciones. Durante los años veinte y parte de los treinta, Panguilef sabe movilizar masas de mapuches en busca de la identidad propia. En las reuniones juegan un papel importante la tradición y el misticismo: elementos centrales son los sueños (medio de comunicación con el pasado), cantos y oraciones. En 1932, llegado el movimiento a su punto máximo, Panguilef proclama la República Indígena, pero da a conocer, al mismo tiempo, que esa aspiración de la raza será posible sólo con la alianza efectiva de los indígenas, campesinos y obreros. Panguilef es considerado por Bengoa como fundador de la resistencia étnica radical. Los grandes temas de la cultura mapuche postreduccional la preservación de la cultura mapuche, la defensa de la tierra, la representación directa frente a las autoridades, etc. surgen de su movimiento, dice Bengoa (1996ª: 390-403).
Una organización de fecha
más reciente, que trabaja sobre esos mismos temas y que tiene una
orientación comparable a la del movimiento de Panguilef, es el Consejo
de todas las Tierras (Aukiñ Wallmapu Ngulam). Inmediatamente
después de su fundación en 1990, esta organización llama
la atención por sus demandas políticas radicales, que son:
la recuperación de los territorios ancestrales, y la autonomía
territorial política del pueblo mapuche. Para enfatizar sus
reivindicaciones, el Consejo comienza a tomarse tierras en conflicto;
también elabora una bandera mapuche que representa la unidad
lingüística, religiosa, política y social del grupo
étnico. La ideología tradicionalista del Consejo de todas las
Tierras tiene una base de apoyo bastante amplia en el mundo mapuche actual,
aunque muchos discrepan con la metodología de acción y la
radicalidad de las posiciones planteadas por esta organización.
Críticos como Parker y Salas creen que el fundamentalismo, como está
expresado por el Consejo de todas las Tierras, no es el medio adecuado para
preservar la sociedad y cultura mapuches, ya que esta actitud sólo
extrema la marginalidad y el arrinconamiento de la etnia. La cultura mapuche
posee el dinamismo suficiente para poder confrontarse con la realidad
pluri-étnica, dice Salas, y tanto él, como Parker, llegan a
la conclusión que la revalorización de la identidad mapuche
no puede hacerse sino en el marco de un proceso de intercambio con la sociedad
global. Estiman necesario el diálogo intercultural (Parker 1995: 128;
Salas 1995: 163-165).
Es una parte de:
La poesía
mapuche: expresiones de
identidad
J.A. Moens
Agosto 1999
Tesis de licenciatura
Supervisor: Prof. Dr. F. Lasarte
Dpto. Lingüística y Literatura Hispánicas
Universidad de
Utrecht
Nota:
He decidido incorporar este análisis winka, por estimar que se aproxima
bastante a la realidad de nuestro pueblo.